2016 ha sido el primer año en que Anthony Gatto, para muchos el mejor malabarista de la historia, no ha aparecido en la lista de los 40 mejores malabaristas que elabora Luke Burrage mediante voto popular. Sin embargo, incluso Luke le ha dedicado un homenaje en vídeo en el que explica por qué no ha habido otro malabarista como él.
Hemos traducido un artículo original de Jason Fagone para la revista deportiva Grantland que explica cuáles fueron los orígenes de Anthony Gatto y cómo pasó de ser una estrella del Circo del Sol a trabajar una pequeña empresa de reformas.
Creo que debería explicarte para qué estás aquí. Es una larga historia sobre un malabarista. Trata de temas que importan en todos los deportes, como el rendimiento, el público o la ambición, pero además hay muchos malabares en las próximas 6.300 palabras. Supongo que llegado a este punto, preferirás dejar de leer el artículo. No pasa nada. Yo también a veces dejo de escribir.
El mejor malabarista vivo, y seguramente el mejor de todos los tiempos, es un hombre de Florida de 40 años que se llama Anthony Gatto. Tiene 11 récords del mundo, ha actuado con el Circo del Sol, y apareció en The Tonight Show con un polo y unas bermudas mientras que malabareaba 5 aros mientras que mantenía en equilibrio un poste de metro y medio sobre su frente.
Sus records consisten en mantener un cierto número de objetos en el aire durante más tiempo que nadie. Once aros, diez aros, ocho aros y siete aros. Nueve bolas, ocho bolas y siete bolas. Ocho mazas, siete mazas y seis mazas. Para ponerlo más fácil: Hay una persona en el mundo que puede hacer malabares con 8 mazas y recogerlas 16 veces: y éste es Gatto. Con las siete mazas, puede que haya unas 100 personas que puedan mantener un patrón estable; durante un par de segundos. Incluso es difícil coger 7 mazas con las manos sin que se te caigan. Tus manos no son tan grandes. Gatto puede hacer malabares con 7 mazas durante cuatro minutos. “Es una locura” dice David Cain, un malabarista profesional e historiador de los malabares. “No tiene competencia”.
Hace tres años, Gatto publicó un vídeo en YouTube que se llama “Anthony Gatto – Record del mundo con 7 bolas”. El vídeo muestra un hombre de estatura media con el pelo corto y oscuro y una perilla en forma de W. Lleva una camiseta gris, pantalones de deportes, una cinta deportiva en la frente y zapatillas. No parece un artista de circo; más bien parece un tipo que va al gimnasio.
De pie en una calle residencial, hace malabares con 7 bolas durante 11 minutos y 38 segundos, con cientos de cogidas a la vez que su camiseta se oscurece con el sudor y los tres niños del barrio le miran con creciente aburrimiento. (En un gag al comienzo del vídeo, Gatto paga a los niños 5 dólares para que sean su audiencia). Cuando se le cae una bola, Gatto bromea con grandiosidad: “Y así es cómo se rompe un récord del mundo, niños. Algún día también vosotros podréis llegar a ser campeones del mundo”. El récord anterior era de 10 minutos y 12 segundos. También era de Gatto. El mensaje del vídeo era, básicamente, que podía hacer cualquier récord que quisiera cuando quisiera. ¿Ves qué aburrido es eso?
Desde 2010, Gatto ha hecho malabares en “La Nouba” un espectáculo del Circo del Sol en Disney World. Hace poco, sin embargo, escuché un rumor de que Gatto se iba a retirar de los malabares para abrir una cafetería. Investigué un poco en Internet y descubrí que regenta una compañía de cementos en Orlando. Se llama Big Top Concrete Resurfacing LLC. (N. del T.: Big Top significa carpa de circo en inglés). La “T” de Big Top en su logo tiene la forma de una carpa de circo, pero no hay nada más en la web de la compañía que mencione los éxitos de Gatto. “Estamos comprometidos en ofrecer una solución eficiente para reemplazar cemento dañado o deteriorado”. Dice la página de “sobre nosotros”. “Desde micro-coberturas a acabados metálicos, encimeras, suelos de garajes o cubiertas de epoxi, tenemos la solución para ti”. Una pequeña foto muestra lo que parece a un sonriente Anthony Gatto. Junto a la foto hay un nombre. El nombre no es el mismo que ha impresionado al público durante los últimos 30 años. “Propiedad y gestión” dice la página, “Anthony Commarota”.
¿Cómo acabó el malabarista más grande de todos los tiempos dedicándose al cemento?
Commarota es su nombre real, aunque la mayoría de los malabaristas no lo saben. Lo conocen solo como Gatto. Como el nombre de su padrastro, Nick Gatto, un ex acróbata de vodevil. Fue Nick quien enseñó a Anthony a hacer malabares en 1978, unos meses antes, Anthony cumplía 5 años. De joven, Nick había trabajado en una compañía de tres personas llamada “los Gatos” y dedicada a la acrobacia cómica; pero entonces regentaba un estanco en Baltimore. Guardaba un baúl de material de circo en la tienda.
Al principio, Nick enseñó a Anthony cómo hacer equilibrios con un cono de papel sobre la cabeza, y a botar una pelota en la cabeza y los hombros. No fue hasta que Anthony mostró su buena maña con los equilibrios que Nick le enseñó a hacer malabares con tres bolas. Solo por diversión. “Me di cuenta al cabo de unas semanas que su progreso era cada vez más y más rápido”, dijo Nick en un documental sobre ambos, “Gatto: Del Vaudeville Acro-Cat al Rey de los Malabares”. “Tan rápido que a veces no tenía ni que aprender el siguiente número. Como cuando pasó de tres a cuatro bolas. Nunca tubo que entrenar con cuatro bolas. Podía hacer cuatro bolas. Nunca tuvo que entrenar con 5 bolas. Podía hacer cinco bolas” (no pude localizar a Nick para hacer declaraciones).
El mundo de los malabares conoció por primera vez a Anthony en 1981, cuando Nick le llevó a una convención de la International Juggling Association en Cleveland. Anthony tenía 8 años. Parte de la convención era un concurso de malabares. Cuando Anthony compitió en la categoría junior, nadie daba crédito a lo bueno que era. Destrozó a un grupo de chicos de 14 y 15 años, consiguiendo el primer puesto (el segundo puesto lo logró un joven Patrick Dempsey, el “Doctor Macizo” en Anatomía de Grey). Después de que se corriera la voz, Anthony empezó a viajar por el mundo actuando delante de públicos boquiabiertos. Conocieron a un veterano malabarista profesional llamado Dick Franco, que invitó a Anthony a unirse a su número y le ayudó a desarrollar un número para un casino. Cuando Anthony tenía 10 años, su familia se mudó de Maryland a las Vegas, y el chico empezó a actuar en el Hilton Flamingo.
He visto algunos vídeos caseros de esa época. Los grabó un hombre llamado Barry Bakalor, un fan de los malabares y archivista de Internet que solía llevar una cámara y un trípode a todas las convenciones. En un vídeo de noviembre de 1981, Anthony, de 10 años, aparece en el escenario, frente a una gran cortina granate en el Hilton de Reno, haciendo malabares con 5 bolas. Tiene el pelo marrón y rizado, lleva una camiseta negra y vaqueros negros. La sala está casi vacía. Es solo una sesión de entrenamiento. Nick grita instrucciones sin salir en la cámara, ayudándole a ejecutar correctamente un truco difícil de cinco bolas en el que hace malabares con las cinco bolas, las lanza cinco al aire, hace un giro de 360º y sigue malabareando como si nada hubiera pasado. A Anthony, sin embargo, se le siguen cayendo las bolas de la mano izquierda después de la pirueta.
“Ahí está”. Dice Nick después de un fallo. “La bola estaba un poco lejos, la has perdido por poco, pero está en la posición correcta. Funcionará”.
Anthony lo intenta de nuevo y falla de nuevo.
“Solo estás teniendo mala suerte con las cogidas. Son cinco, debería salirte fácil. Ahora se te escapa por la derecha… Bueno tendremos que eliminar la frustración para lograrlo. Venga, hagamos un descanso”.
“No estoy cansado”, dice Anthony, claramente cansado. Falla en los dos siguientes intentos. “No. ¡Así no va a funcionar ni en 1.000 años!” Dice Nick. “En 1.000 años. E incluso después de hacerlo, estará mal. No puedes abrir una puerta metiendo la llave en la ventana”.
Anthony sigue intentándolo y, finalmente, logra el truco sin dejar caer las bolas. Ni le dice “No está bien”.
“Pero lo logré”, dice Anthony.
“¿Eh?”.
“Lo hice”.
“No importa si lo lograste o no, cariño. Para mí eso no significa nada. Quiero que lo hagas bien. Quiero que lo hagas con técnica”.
He visto horas de estos vídeos de entrenamientos, y destacan un par de cosas. Una es el buen ojo de Nick. Se ve que sus consejos a Anthony, aunque a veces severos, casi siempre son correctos. También llama la atención la parte física de los malabares a este nivel. Anthony se queja de vez en cuando de que los aros le hacen daño en las manos; y puedes ver por qué: Los aros son de plástico duro. Y los tiene que lanzar altos para lograr un buen efecto visual para la audiencia. La gravedad hace lo suyo y el planeta tira de su cuerda, llevando de nuevo los aros hacia el suelo, chocando en el espacio blando entre sus dedos, haciéndole daño. Lo sobrelleva poniéndose cinta en los dedos para que golpeen la cinta y no la piel. Eso ayuda un poco, pero luego vienen las mazas. El menor error de lanzamiento hace que las mazas se choquen entre sí en el aire, y se tiene que agachar para evitar que 5 o 6 mazas se le caigan sobre su cabeza. Su cuello se cansa de pasar tanto tiempo con la cabeza inclinada hacia atrás para ver el tráfico aéreo que intenta controlar. Le cae polvo en los ojos. Parece que lo odia, porque entonces tiene que parpadear para quitarse la mota de polvo y sus ojos se humedecen, dejándole cegado temporalmente; y entonces todo lo que tiene encima le cae haciéndole aún más daño.
Pero Anthony aguanta. “No estoy cansado”. En los vídeos, cuenta un montón de chistes. “Amigos, no intentéis esto en casa. Si os tragáis una maza, os dolerá. Dos veces”. Sabe que Nick es duro de oído y demasiado orgulloso para llevar un audífono, así que con frecuencia habla en un registro que todo el mundo, menos Nick, puede oír. “Solo elevaba el tono lo suficiente para que Nick le oyese cuando quería que Nick le oyese”, recuerda Bakalor.
Nick no limita su entrenamiento a consejos técnicos. Pasa casi tanto tiempo enseñando a Anthony a actuar en el escenario. En otro vídeo, también de 1983, Anthony lleva unos pantalones cortos azules, una camiseta blanca y unos calcetines de rayas. Él y Nick están trabajando en su rutina de cinco bolas. Nick quiere que Anthony termine la rutina de una manera concreta. Anthony tenía que lanzar 4 de las 5 bolas a Nick. Entonces tenía que llevarse la quinta bola a los labios y besarla – un gesto de cariño y respeto del artista al público.
Anthony pregunta “¿Por qué besarla?”.
“Porque quiero que la beses, Anthony”, dice Nick. “No hace falta que entiendas toda la lógica”.
Discuten. Anthony no quiere hacer ese movimiento tan cursi. Lanza las 4 bolas a Nick y besa la quinta, que lanza rápidamente a la sala “Es demasiado rápido”, dice Nick. Anthony lo intenta varias veces más. “Te lo tienen que comprar”, dice Nick, todavía insatisfecho. “Es: uno, dos, tres, cuatro. Saludas”. Nick besa la bola. “Y zoom”, y se inclina en una gentil reverencia.
Estos vídeos capturan muchos momentos de calor paternal y alabanzas (cuando él habla a otros de Nick, se refiere a él como “mi padre”.) En un vídeo Nick se maravilla de la capacidad atlética de Anthony para cazar una bola errante, y luego hace una deserción sobre la naturaleza de la genialidad. “Creo que hay algo de magia”, dice Nick. “Una locura, ¿no? Parece que no fuera de este mundo. No se puede explicar Mozart. No se pueden explicar las partituras de Beethoven. No se puede explicar Shakespeare. No se puede explicar [Anthony]. No es broma”.
Al final de la cinta del Hilton de Reno, Anthony coge siete bolas, cuatro en una mano y tres en la otra. Apelotonadas en sus pequeñas manos, parecen bolas de cañón. Las lanza hacia el techo. Se supone que los niños de 10 años no pueden hacer malabares con cinco bolas. Mucho menos con siete. Pasan diez segundos, veinte segundos. Y las bolas siguen en el aire. Nick cuenta el número de cogidas en alto: 50, 60, 70. Después de 35 segundos y 100 cogidas, al fin a Anthony se le cae una bola. Nick se acerca a Anthony, le da la mano, un abrazo y un beso en la mejilla.
En las entrevistas, Anthony siempre ha dicho que le gustaban los malabares. En The Tonight Show en 1985, la estrella invitada Joan Rivers le preguntó que qué quería ser cuando fuese mayor. “Malabarista”, dijo. “¡Todavía malabarista!” Añadió Rivers, con la risa de la audiencia. “Es fantástico. Ciertamente, estás en el camino correcto. Qué chico tan encantador eres”. Otro entrevistador le preguntó si haría malabares toda su vida. «Sí”, dijo Gatto. “Y puede que boxeador”.
Se hizo más grande. Más fuerte. En vídeos posteriores, hace menos caso a Nick. Es más impaciente a la hora de dejarse guiar. Interrumpe a su padrastro, o le corta. A lo mejor es el típico adolescente; o a lo mejor es ya tan bueno que no necesita el entrenamiento de Nick.
En 1986, con 13 años, Anthony actuó en el festival de la IJA en San José. El hombre que le presentó dijo “¿sabéis? Solo hay una vez en la vida en el que se experimenta la magia total y llegas a ver a un individuo que se lleva tu corazón y lo hace volar. Y este joven caballero ha hecho esto con millones de malabaristas, si es que hay millones de malabaristas”. Anthony corrió al escenario con un chaleco blanco, unos pantalones blancos y unos zapatos blancos. Hizo una reverencia y comenzó un número que incluía “Bibbidi-Bobbidi-Boo” y “It’s a Small World”.
Cinco bolas con piruetas, una serie de complicados trucos con cinco, siete y ocho aros; cinco mazas tras la espalda (un truco de malabarista de élite, más aun para un muchacho de 13 años) y una pirueta mientras que las cinco mazas están en el aire (de nuevo, de élite). En un punto Anthony mantuvo en equilibrio un largo poste en su frente. Encima estaba un muñeco del Coyote. Mientras que mantenía el palo en equilibrio, Anthony hacia malabares con 5 aros, luego los lanzó de modo que los aros aterrizaron en el muñeco. Hizo un truco similar con una barra en equilibrio que contenía cinco pequeñas redes como las de una mesa de billar. Mientras que hacía malabares con cinco bolas, las lanzó hacia las redes, una a una, con asombrosa precisión.
“En los malabares es muy fácil fallar”, dice el profesor de economía del Boston College, Arthur Lewbel, un entusiasta que ha escrito sobre la historia y la ciencia del malabarismo. “Haces cuatro lanzamientos por segundo. En un minuto has hecho tantos lanzamientos y recogidas como en un partido entero de béisbol. Así que mantener algo así durante un solo minuto es tremendamente difícil. Como todo un partido de béisbol sin un error. Anthony es capaz de hacer trucos extremadamente difíciles con una seguridad asombrosa. Los puede poner en sus números y hacerlos día tras día”.
En su adolescencia, Gatto siguió haciendo malabares en hoteles de Las Vegas. De vez en cuando, también en el intermedio de un partido de baloncesto. “Ya no eres realmente un niño”, dice en Gatto, “y no puedes salirte con la tuya solo por ser mono y hacer cosas difíciles. Tienes que empezar a ser un artista”. Encontró un trabajo fijo con una maga que se llamaba Melinda, Primera Dama de la Magia. A la vez, siguió en contacto con el mundo de los malabaristas, poniéndose a disposición de otros malabaristas, almorzando con gente prometedora y practicando con los aficionados. David Cain, el historiador de los malabares, recuerda un año, 1991, en el que Anthony tenía 18 años y apareció en la convención de la IJA en St. Louis. Anthony sacó su material de malabares y comenzó una sesión de entrenamiento en un pabellón general. “Todo se paró”, dice Cain. “Había como 1.500 o 10600 malabaristas que dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se sentaron en un gran círculo para verle entrenar durante hora y media”.
En 1996, cuando Gatto tenía 23 años, Melinda había cerrado. Sin saber qué hacer ahora – y sintiéndose algo quemado – decidió dejar los malabares y trabajar de paisajista. Durante dos años, si querías contratar al mejor malabarista vivo del mundo para que se pusiera a instalarte unos aspersores de riego a 45 ºC en medio del desierto, podías hacerlo. Un chiste circulaba entre la comunidad de malabaristas: Estaba trabajando en las Vegas y el otro día vino alguien después de mi número y me dijo, “Eso no es nada. Mi jardinero lo hace con ocho”.
Este descanso fue “lo mejor que podía haber hecho por mis malabares”, dice Gatto. Le ayudó a recordar lo que amaba de los malabares en primer lugar. “No oí a nadie aplaudir mientras que hacía paisajismo”, bromea. “La verdad es que me molestaba un poco”. Cuando volvió a los malabares en 1998, Gatto era “mejor que nunca”, según Cain. En el año 2000, en el Festival Internacional de Circo de Montecarlo, Gatto ganó el premio principal, el Clown d’Or o Payaso de Oro, siendo el primer malabarista de la historia en conseguirlo.
Para entonces, la relación de Gatto con la comunidad de malabaristas había cambiado. Ya no iba a las convenciones o participaba en campeonatos. Gatto no quería impresionar a otros malabaristas. “A nadie le importan los buenos malabaristas en el mundo del espectáculo”. Escribió después en un foro de Internet. “Les importan los artistas”.
Así que se unió al circo. Pero no al circo para el que había nacido. Dado el estilo de malabares de Gatto, su lugar natural hubiera sido el Circo de los hermanos Ringling, no el Circo del Sol. El estilo de Ringling es éste: Aquí tienes una cosa complicada, y aquí otra complicada, y la hago bajo luces brillantes. Los malabaristas en Cirque son más como mimos. En un punto descubren ese extraaaaño objeto en sus manos y piensan que quizás lo lancen al aire. (Viktor Kee es un gran ejemplo de esto). Pero el Circo del Sol es el espectáculo más importante, el que tiene el dinero y el poder para mover los hilos, uniéndose al espectáculo itinerante Kooza en 2007.
Y tal y como Gatto se separaba del mundo de los malabares puros, los malabares se alejaban de él. Parecía que los malabaristas se estuvieran volviendo mejores, más rápidos. Parcialmente fue una combinación del equipamiento, de vídeo económico e Internet. Los malabaristas jóvenes podían tener sus cámaras encendidas todo el tiempo, así que si les salía un truco una vez después de 100 intentos, podían subirlo a Internet como prueba y parecer dioses, incluso si jamás eran capaces de hacerlo sobre un escenario, como Gatto sí hacía. El avatar de esta nueva generación fue Vova Galchenko, un prodigio ruso que vivía en California. A Galchenko no le gustaba actuar y admitía padecer miedo escénico; pero cuando hacía malabares solo, era casi tan bueno como Gatto en algunos aspectos, sin mencionar que era 14 años más joven, y sus vídeos obtenían miles de visitas.
No era solo que el ritmo de los logros en los malabares pareciese acelerarse. Los patrones de los objetos también cambiaban. En los 80, algunos malabaristas con fondo académico habían desarrollado algo llamado “siteswap”, una notación matemática para objetos en movimiento. El siteswap es para un malabarista lo que una partitura para un pianista. Un malabarista puede ver una serie de números, digamos 7 5 3 1, y saber que los números le están diciendo qué tiene que hacer malabares con 4 objetos de modo que alcancen distintas alturas (los números hacen referencia a la altitud relativa). Gatto nunca hizo siteswap; pero otros sí; y la notación les ayudó a ejecutar nuevos patrones, por lo que en los 90 y el 2000, la estética de los malabares de alto nivel comenzó a cambiar. Puedes ver la obra de un malabarista moderno como Thomas Dietz, un alemán larguirucho que usa muchos patrones siteswap. Ver a Dietz es como entrar en una galería y ver cuadros de Sol LeWitt, sabes que los patrones vienen de las matemáticas, pero también sabes que un humano los ha pintado.
Incluso mientras que actuaba en el Circo del Sol, Gatto hizo un esfuerzo por mantenerse en contacto con la comunidad de malabaristas en Internet mediante un foro con su nombre. Y aun así, mantuvo cierta distancia. Hay cierta intensidad pegajosa en muchas comunidades online, y la de los malabaristas no es distinta. Muchas de las interacciones de Gatto con los aficionados en su foro eran amables y simpáticas: patrocinaba concursos de vídeos, alababa a malabaristas jóvenes y ofrecía consejo y ánimos.
Pero algunos intercambios fueron más hostiles. Los fans se preguntaban si estaba bien grabar un truco 100 veces para lograr la ejecución perfecta, y Gatto les decía que no: “Si no puedes hacer un truco en tres intentos, es que no puedes hacerlo. Puedes HABERLO HECHO, pero no puedes HACERLO”. Sus seguidores le preguntaban qué malabaristas deberían tomar como ejemplo, y él les animaría a mirar vídeos de antiguos malabaristas: Dick Franco, Paul Ponce, los Hermanos Errani, Kris Kremo o Francis Brunn. “Tuve suerte que Nick insistiera en enseñarme a apreciar el talento”, escribió Gatto. “Él me describía a los grandes malabaristas y casi que pintaba la imagen de que tenían una habilidad mágica”.
Una y otra vez en los foros, jóvenes malabaristas intentaban animar a Gatto lograr locos retos, y siempre les contestaba que los records le importaban una mierda. Se quejaba del síndrome del túnel carpiano y de problemas de espalda. A veces mencionaba compromisos familiares como un modo de rechazar retos. En este momento estaba casado con una mujer llamada Danielle, que había sido bailarina profesional y que se había convertido en su ayudante en escena. Pronto tuvieron un hijo. “¿Puedes contestarme de qué me serviría eso a mí?”. Gatto contestó a un comentario de alguien que le pedía que hiciera un nuevo récord de malabares con siete bolas de un modo particular, lanzándolas y cogiéndolas por encima de la cabeza.
“¿Me darán un nuevo trabajo? ¿Sentirá mi mujer más respeto hacia mí si soy capaz de hacer malabares con siete bolas por encima de mi cabeza durante más de un minuto? Además del hecho de que cuando eres un verdadero malabarista, solo el saber que puedes hacer algo, ya es satisfacción suficiente, está también esto: Tengo un régimen de entrenamiento para poder dar la mejor actuación posible por las noches. Estoy en el trabajo de 10 a 12 horas cada día. Además de con mi número, estoy integrando el resto del espectáculo de otras maneras. Soy el artista de reemplazo para uno de los personajes. Tengo unos 20 minutos al día para comer y cenar. Y ahora tengo que cuidar de un bebé. Duermo unas 5 o 6 horas al día. También tengo que sacar al perro dos veces. Si no puedes entender por qué no pierdo mi energía en hacer un vídeo de youtube de un minuto para que la gente me vea, entonces es que no has entrado en el mundo real todavía”.
La frustración de Gatto con los ingenuos malabaristas de Internet llegó a su punto álgido en 2008, cuando comenzó una especie de guerra armamentística con Galchenko, el fenómeno de YouTube. Empezó cuando Galchenko salió en un programa de a NBC llamado Celebrity Circus. Fue a lograr un récord haciendo tantas piruetas 360 con cinco mazas en el aire como pudiera durante un minuto. Terminó haciendo el truco 21 veces seguidas sin caídas, rompiendo el récord previo. Después de que el show se emitiera, Gatto subió un vídeo suyo haciendo el truco 24 veces en un minuto, superando el récord que Galchenko acababa de lograr. Entonces Galchenko subió otro haciéndolo 29 veces. Y así siguió durante varias rondas más.
Un reportero del Boston Globe llamó a Gatto y le preguntó porqué la aparición de Galchenko en la televisión le había molestado. Gatto alabó a Vova como un “gran malabarista”, pero también dijo de los malabaristas jóvenes: “hasta que esos chicos no tengan personalidad propia, no van a asombrar a nadie. Al público no le importa que hagas malabares con 20 aros”. El reportero añadió “Gatto ahora se arrepiente de haber entrado en la competición de 360 -aunque afirma poder hacer más aún- porque envió el mensaje equivocado. La única forma de juzgar a un malabarista, dice, es verle en el escenario, con luces brillantes, en el trascurso de su carrera”.
El verano pasado, le mandé a Gatto un mensaje mediante el formulario de contacto de su página web, pidiéndole una entrevista. No sabía cómo contactarle directamente. Parecía haber borrado su cuenta de Twitter, y la página principal de su foro decía “El foro está cerrado. El foro seguramente no despierte de entre los muertos, pero puedes usarlo como veas conveniente”.
Al no tener respuesta de Gatto, escribí a Lakiya Arrington, la jefa de relaciones públicas del show La Nouba del Circo del Sol, donde Gatto actuaba. Le dije que quería hacer una pieza sobre Gatto y le pedí poder conocerle y verle actuar, Me dijo que lo intentaría. Unos días más tarde, Arrington me contestó diciendo que no podía ayudarme, la agenda de Gatto estaba demasiado ocupada.
Decidí escribir la historia igualmente. Me parecía natural que un atleta de 40 quisiera retirarse, pero no podía entender que lo hiciera sin que nadie escribiera un artículo a modo de cierre de telón de su carrera que yo pensaba que se merecía. ¿Podía el malabarista más grande del mundo deslizarse de verdad hacia el anonimato sin que nadie se diera cuenta?
Llamé a un amigo, Mark Bakalor, que conocía de un reportaje de malabarismo que hice en 2008. Bakalor es el hijo mayor de Barry Bakalor, el aficionado a los malabares que grabó los entrenamientos de Gatto en los 80. Ambos son cercanos también a Galchenko, casi habiéndole adoptado cuando se mudó de Rusia a los Estados Unidos sin sus padres. Los Bakalor saben de malabares, así que tenté a Mark con una idea: ¿Y si viajamos a Orlando? ¿Y si le vemos actuar y después intentamos hablar con él? Bakalor vendría conmigo a modo de consultor – alguien que pudiera ayudarte a entender y a describir los logros del número de Gatto. Veríamos a Gatto bajo las luces, por última vez. A lo mejor lograríamos hablar con él, a lo mejor no. Sería interesante en cualquier caso.
A Bakalor le pareció divertido. Estaba emocionado por poder ver a Gatto actuar. Habían pasado años.
Compramos las entradas para un pase del viernes por la noche en octubre y reservamos los vuelos. Esa noche nos registramos en el Animal Kingdom Lodge de Disney, condujimos hasta Downtown Disney y entramos en el teatro del Circo del Sol, una altísima estructura de marfil diseñada para parecer una carpa de circo, con una pantalla gigante reproduciendo un bucle clips de artistas. Mark señalo a la pantalla. “Ahí está Anthony”, un flash de un hombre con ropas brillantes y muy maquillado haciendo malabares con tres mazas entre sus piernas. Recogimos las entradas y nos sentamos. Se bajaron las luces.
No hay mucho que decir sobre el show. Si no has estado en el Circo del Sol, lo habrás absorbido a través de la cultura pop. Había equilibristas en la cuerda floja y trapecistas. Había una bailarina con un ogro calvo en un monto y mujeres vestidas como figuras de un poster constructivista ruso. Un tipo sin camisa y con una tableta en las abdominales aparecía por los aires en una cinta de seda roja. Durante un momento, un malabarista de rola bola salió de entre las alas y con un disfraz de arlequín hizo equilibrios en una tabla sobre varios cilindros de metal. Mark se quedó congelado. Eran malas noticias. La rola bola es cercana a los malabares, lo que significaba que ese tipo había tomado el lugar de Gatto en el espectáculo.
Llegó el gran final. Los artistas saludaron. Sin Gatto.
Volvimos al hotel y comenzamos a buscar en Internet. Mark encontró la página de Top Concrete Resurfacing y cómo Anthony Commarota salía como su propietario. “A lo mejor ha cambiado de nombre porque no quiere que la gente sepa que ha pasado página”, dijo Mark. “No sé. Es un poco misterioso”.
La mañana siguiente, Mark y yo vimos un vídeo de YouTube de una de las actuaciones de Gatto en el Circo del Sol, para comprobar lo que nos habíamos perdido. Gatto se pavonea en el escenario con una camiseta plateada muy pegada y brillante, pantalones plateados y zapatos plateados, acompañado por una mujer con un vestido de lentejuelas. Ella le da seis bolas -cinco pequeñas, una grande- y empieza a hacer malabares con las pequeñas mientras que hace rebotar la grande en su cabeza. Unos momentos después, hace algunos trucos con siete bolas, luego pasa a una rutina suave pero complicada con cinco aros. La multitud murmura y aplaude cuando cambia de patrón. Está bailando todo el tiempo. sonriendo y pisando con sus zapatos plateados y levantando las manos. La mujer saca un largo poste con cinco bolsillos de billar en varias alturas, del mismo tipo que usaba de niño. Gato mantiene en equilibrio el poste en su frente. Cinco bolas vuelan por los aires. Cinco bolas aterrizan en las redes. Una a una.
Intenté tomarme el vídeo como si estuviera viendo a Gatto en vivo, en persona. Los trucos iban demasiado rápido como para que pudiera ponerles nombre, incluso mentalmente. Pero me dejó una poderosa sensación de extrema complejidad, empaquetada y domada. Lo que para otro malabarista avanzado sería el truco más difícil del mundo, para Gatto era solo una plataforma sobre la que construir otro truco. Reconocí trozos de trucos que había visto en los entrenamientos, solo que estaban más perfeccionados, completamente pulidos y cosidos entre sí en una madeja de ohhhs y ahhhs; con un truco fundiéndose en otro sin problemas. Cada lanzamiento, cada cogida estaban diseñadas con una economía salvaje, como las palabras de un relato corto que entran como pequeñas astillas y al salir te dejan una herida del tamaño de un melón.
Hacia el final del vídeo, Gatto anda hacia su atril de material. Se seca y se aplica talco en las manos. Coge cinco mazas. La señorita de rojo le da dos más. Redoble de tambores. Siente mazas vuelan hacia un cielo de luces brillantes.
“Es difícil imaginar la precisión que se necesita para hacer algo así con siete mazas”, dice Lewbelel, profesor de Economía y autor sobre malabarismo. “Literalmente, solo una diferencia de una fracción de grado en el ángulo de la mano es suficiente para destruirlo todo. Si te sentaras en un ordenador y dibujaras cómo de precisas tienen que ser las trayectorias, no podrías creer que nadie pudiera hacerlo nunca”.
Las mazas caen hacia Gatto. Y suben otra vez. 10 cogidas, 15, 20. Un patrón estable. Gatto coge la última de las mazas con una floritura. Saluda. La música aumenta. Todo el número dura solo 11 minutos. 11 minutos afilados durante 30 años.
Cuando el vídeo terminó, llamé al número en la web de Big Top Concrete. Anthony contestó. Le dije quién era. Le dije que había ido a Orlando a verle actuar. Le pregunté si se tomaría un café conmigo para hablar de su carrera como malabarista.
Sonaba molesto. ¿Quién era yo de nuevo? ¿Qué era Grantland? ¿Sobre qué iba la historia?
Le pregunté de nuevo si podría quedar conmigo. Me dijo que no había ninguna posibilidad. Tenía que pasar tiempo con su familia. Le pregunté que por qué no había actuado en La Nouba la noche anterior. “Hernia de disco”, me dijo. “Llevo sin actuar cuatro meses, es imposible que podamos hablar hoy”. Me dijo que podría hablar conmigo por teléfono más tarde, pero no se le veía entusiasmado. Tenía que gestionarlo mediante el departamento de relaciones públicas del Circo del Sol.
Más tarde llamé a Lakiya Arrington y le pedí que agendara una breve conversación telefónica con Gatto. “Está de baja”, me dijo. “No ofrecemos entrevistas cuando están de baja. Intentamos respetar a los artistas cuando no se están trabajando”.
Los malabaristas puramente técnicos tienen su mejor momento a los 20 años, según Lewbel. A medida que se hacen mayores, sobreviven desarrollando su personalidad. “La mayoría de los malabaristas no se retira, solo modifican su número en corcondancia”, dice. Me habla sobre un malabarista ruso llamado Gregory Popovich. De joven hacía malabares con muchos objetos en lo alto de una escalera. Y todavía lo hace, pero es más conocido por un número con gatos entrenados.
Los malabaristas no suelen necesitar hacer trucos difíciles para entretener a la gente, porque la audiencia, por lo general, no sabe lo que es difícil. Hacer malabares con cinco objetos es diez veces más difícil que hacerlo con cuatro; pero para la mayoría de la gente, cinco objetos en el aire parecen seis, y seis parecen cinco. Un truco de malabares realmente difícil no tiene que necesariamente verse como difícil de forma intuitiva. Solo se ve como un montón de cosas raras cruzando el aire. Un borrón de pájaros asustados. Mientras que trucos que parecen difíciles, son en realidad fáciles: como las sierras eléctricas. Les quitas la cadena, por lo que no se pueden mover. La cadena hace un ruido aterrador, pero no hay peligro. Lo mismo con las antorchas. Las antorchas que usan los malabaristas tienen la misma forma y peso que las mazas. Hacer malabares con tres antorchas es como hacerlo con tres mazas. Un niño de 5 años puede aprender. El mayor riesgo es mancharte de hollín.
El hecho de que el público no pueda distinguir la diferencia entre trucos difíciles y fáciles significa además que no pueden emitir juicios razonables sobre los malabaristas. Sería como si un fan del baloncesto no pudiera ver la diferencia entre LeBron James y, por ejemplo, Trevor Ariza. Imagina un mundo en el que el swing del golfista Angel Cabrera es exactamente tan elegante como el de Adam Scott. Donde el directo de Ryan Harrison es tan devastador como el de Juan Martin del Potro; y donde LeSean McCoy es tan solo otro tipo haciendo patrones sobre el césped.
La maquinaria multimillonaria del ocio deportivo depende de la capacidad de la audiencia de distinguir entre atletas que parecen similares. Y donde está la diversión, está el dinero. Un deporte sin una audiencia informada es solo una historia. Quizás una historia falsa. Es como las competiciones de quién come más. Es como los valores respaldados por las hipotecas en la crisis de 2008: gente que te intenta convencer de que han logrado dominar un set de reglas arcanas que les hace merecedores de tu dinero y tu confianza. Y los malabaristas siempre se han aprovechado de la ignorancia del público. En lugar de hacer trucos difíciles, muestran trucos fáciles que parecen difíciles. Mienten para maravillar.
Pero entonces llegó alguien que no estaba interesado en mentir, que quería hacer cosas difíciles porque podía. Ese era su poder en el mundo y quería aprovecharlo. El impulso básico de cualquier atleta. Aunque realmente nunca encontró su público, incluso habiendo conquistado las exigencias del malabarismo como nadie antes que él. Gatto aprendió como mantenerse calmado y con la espalda recta debajo de la mareante multitud de objetos girando y cayendo; y controlarlos con sus manos con la precisión de un cirujano. También aprendió a encandilar a la gente, incluso si no le salía de forma natura, como en el vídeo del beso a la pelota. Cedió. Creció para aceptar la necesidad de besar la bola y lanzarla a la multitud con una sonrisa. Aprendió a hacer que los trucos difíciles parecieran difíciles. A fingir el esfuerzo y la duda de un hombre que está al filo de su habilidad, incluso si su habilidad llegaba mucho más allá. Aprendió a ser artista, porque por algún motivo, incluso si existimos en un universo físico definido por la fuerza de atracción de objetos enormes, la mera demostración de un exquisito control de la gravedad, no es suficiente. Trabajó para agradar a una audiencia que nunca supo apreciar su grandeza. Entonces se hizo mayor y vio una nueva ola de malabaristas que abandonaban el escenario por el parpadeo de las pantallas de ordenador, despreciando la maestría bajo las luces brillantes que tanto le había costado lograr.
Esa es mi impresión. Gatto no habló conmigo. Quizás quiera concentrase en su negocio. O quizás se acostumbró tanto a actuar delante de gente que no sabía apreciar su don, que decidió dejar los malabares; sin sentir la necesidad de explicarles por qué.
Después de dejar Orlando vi algunos vídeos más. Están en YouTube con el nombre de Anthony Commarota. Uno se trata de renovación de encimeras. Muestra a Gatto trabajando en una encimera en un garaje, con una gorra puesta hacia atrás y una camiseta blanca que dice «¿Tu cemento está feo?».
Esparce alcohol desnaturalizado en una encimera para limpiarla, luego le aplica un producto con una espátula. Utiliza una esponja de mano para hacer como si el borde de la encimera ;estuviera cincelado. «Ya le hemos puesto la segunda capa«, dice. «Hemos cincelado los bordes. Ahora que empieza a asentarse, le voy a dar con un cepillo duro para que tenga un aspecto más natural.» Lija un poco la encimera. «El borde cincelado ha quedado realmente bien».
Casi ningún malabarista se hace rico. Muchos tienen otros trabajos. Los salarios en el Circo del Sol parten de los 50.000$ al año, lo que no está mal para el mundo del circo, pero difícilmente es un sueldo cómodo. Estoy seguro de que Gatto se dedica al cemento porque cree que es lo mejor para su familia. El vídeo de la encimera es justo lo opuesto a una actuación clásica de Gatto: no una muestra asombrosa de virtuosismo para un público que no logra entenderla, sino una lección paso a paso para espectadores que inmediatamente entenderán cada paso.
El vídeo acaba con una toma de la encimera terminada. Está pintada con un bronce intenso y tiene un acabado brillante y rico. Parece un trabajo de calidad. Se ve respetable. Está bien.